La productividad laboral media de México ha estado estancada desde la década de los ochenta. En un día, el mexicano promedio produce menos de la cuarta parte de lo que produce un trabajador americano. Esta diferencia explica por qué los ingresos de los mexicanos son más bajos, y lo más preocupante es que la brecha no se está cerrando.
Actualmente el crecimiento de la economía está determinado por la acumulación de activos y la incorporación de nuevos trabajadores al mercado laboral; no porque se hagan mejor las cosas. Esto es atribuible a varias causas, en su mayoría muy conocidas.
Por ejemplo, como sociedad invertimos poco y mal en capital humano. La inversión que se hace no rinde más porque la mayor parte de los recursos van a dar a un sector de educación pública de baja calidad.
El estancamiento de la productividad también se debe a que la economía opera con reglas del juego que causan que en varios sectores haya poca competencia. Esto desalienta la optimización de procesos y la búsqueda de mayor eficiencia operativa. La productividad es particularmente baja en sectores como el agrícola, el eléctrico y el petrolero, en los cuales los regímenes de propiedad y estructuras industriales desalientan el uso adecuado de los recursos.
Por lo anterior, y por varias razones más, el recién publicado Plan Nacional de Desarrollo establece democratizar la productividad como uno de sus principales propósitos. Francamente, no estoy seguro de exactamente qué quieren comunicar con esa frase, pero cuando uno penetra en el detalle del Plan, lo que uno encuentra es una serie de propuestas para impulsar la productividad. Eso sí lo entiendo, y no sólo eso, sino que lo aplaudo.
Muchos de los cambios que requieren tienen que ver con las tan mentadas reformas estructurales contenidas en el Pacto por México. Estas reformas son indispensables y liberarán recursos que actualmente están atrapados en usos improductivos. Pero, aun cuando todas estas reformas acaben por aprobarse, todavía no podremos cantar victoria. Quitar el freno a la economía no es igual a pisar el acelerador. Para que la productividad laboral avance se necesitará instrumentar una multitud de pequeños cambios a nivel de empresa.
Imaginemos que estamos en el año 2030, viendo hacia atrás. ¿Qué tendría que haber sucedido con la productividad laboral media para que el País hubiera avanzado significativamente? La respuesta es sencilla: la productividad media tendría que haber crecido cuando menos 4.0 por ciento anual a lo largo de todo el periodo sumándose al impulso que deriva del crecimiento de la fuerza laboral. Si lográramos que el tiempo de estas personas rindiera 4 por ciento más cada año, el efecto compuesto sería causar que la economía creciera alrededor de 6.0 por ciento al año. Si eso llega a suceder, los ingresos promedio de la población se duplicarán y ya no seremos una sociedad de clase media baja, sino que seremos una de ingresos medios altos.
Ustedes se deben estar preguntando ¿cuáles habrán sido los principales motores de cambio? Sobre eso no estoy seguro, pero las oportunidades abundan.
Si yo fuera el encargado de instrumentar el Plan, además de las reformas estructurales, centraría la atención en quitar el freno a los sectores más afectados por condiciones regulatorias perversas. El ejemplo insignia en la economía es el sector agrícola, el cual emplea alrededor del 20 por ciento de la población económicamente activa.
La productividad en el sector agropecuario es bajísima. Refleja los efectos de un régimen de propiedad funesto, así como el impacto de una serie de políticas públicas que alientan conductas clientelares y desalientan la modernización del campo. Si en los próximos 20 años se lograra igualar la productividad de los trabajadores de campo con la que actualmente tienen los trabajadores urbanos en 20 años, se habría eliminado la mayor parte de la pobreza. Para que esto suceda se necesita un esfuerzo disciplinado y sumamente exigente. Cerrar esa brecha en 20 años implica que la productividad laboral crezca 8.7 por ciento al año.
Muchos pensarán que esta meta es inalcanzable, pero China, la India y varios otros países han logrado esto y más. ¿Por qué no México? Para ello sería indispensable aplicar una serie de medidas, como son: perfeccionar los títulos de propiedad del campo; aprovechar mejor el agua; usar semillas e insumos de mejor calidad; mecanizar la producción; consolidar parcelas; cambiar cultivos; mejorar la logística de acopio y distribución, etc. El esfuerzo sería titánico, pero bien vale la pena.
Como esta hay varias otras oportunidades en la economía que por razones de espacio no puedo examinar. Pero la buena noticia es que la mayoría de estos retos son menos complejos que el del sector agropecuario. Concluyendo, no saben el gusto que me da ver al País apuntado en la dirección correcta. Ojalá que esta vez sí salgan las cosas bien.
FUENTE: Roberto Newell, REFORMA